En
la sierra como en platea
esperando
que la luna se llenara.
De
madera las sillas, nucas arriba
pensamiento
paralelo: la gaviota el ciego
el
estado antojadizo del cielo: la maravilla
blanca,
apenas un velo. Después nubarrón.
Y la
diana, brillante, imponía presencia
a
través del oscuro que disimulaba
el
escondite del brillo en ascenso.
Cuando
ya no la vimos dijimos: ¡oh!
y
como un diamante o un cuarzo pulido
asomó
otra vez y dio la orden: ¡ábrase!
El
cielo volvió a escamparse, ella entonces
mostró
clarísima la constelación de Orión
y
sopló un humo dulce de Paraguay
con
meo y amoníaco, de risas, delicioso.
En
la hora del silencio el bosque no dormía
nosotros
despiertos como bebés con hambre.
II
Piano
desde la sala, melódica el señor gordo
y su
mujer con los ojos de amor grande.
Guitarra
en la cocina olor a guiso arroz
con
verduritas algas hongos cajón peruano.
Cositas
de la tierra comechingona en ruinas
Mujeres
en danza quieta circular. Suicidios y huidas.
Juntamos
cortezas de chañar para intensiva:
y
dejar atrás lo que se fue, abrir caminos
nuevos,
nuevas semillas que regresar a la vida.
III
Las
piedras hablan, lo juro.
Las
escuché en caminatas
sus
voces salían de sus núcleos
contaban
historias de civilizaciones
áridas
antiguas hablaban de pertenencia.
Me
traje unas cuantas en el bolso.
Y no
volví a escucharlas se quedaron mudas.
Como
muertas de espanto.