11/24/2009

Epitafio

Mientras nos concentramos en destruirlo todo,
hay una luz muy tenue que se ve lejana.
Parece querer proteger algo muy valioso.
(O importante para alguien.)
No pra nosotros que somos el reflejo de una escena
ensayada tantas veces que casi no podemos recordarla.

Es un espacio apenas el que divide el contacto:
cascaritas secas de deseo embarcadas
para asumir la distancia esencial del recordarnos
más allá, cuando salimos uno del otro
y sabemos que nunca podremos terminar de completar
el rompecabezas que nos haga nosotros.

Hay una anatomía improbable, un sueño:
imágenes sepia que a través de los vidrios
hacen al mundo moverse hacia arriba
como esperanzado por un gesto, una palabra,
el estigma que se nos marcó la madrugada
en que abrimos la carne para hacer lugar a las caricias.

Cuando todo pierda signo, la dirección sea un papel perdido,
la terapia de reemplazo, inevitable la tristeza.
Cuando el espacio sea un desaparecer, encallados
en costas que clareen la tierra dentro de la noche;
recordaremos la desnudez como un prodigio,
la sábana como un río, los minutos como esperas y promesas.

Y tal vez, podamos perdonarnos
el irremediable látigo fatal del "ya veremos".

11/20/2009

Perinola

—Pon 1—,
y sangra junto al miedo de ganar por abandono.
Yo me pierdo en cien alambres
que podrían degollarte

—Todos ponen—,
pero escapo de las vidas,
veo el giro permanente de la queja,
sinfonía de un error silencioso y repetido

—Toma 1—,
mueca distorsionada que insiste,
cuando el silencio es una pregunta retórica
provisionalmente incorrecta.

—Toma todo—,
las manos no alcanzan a abarcar,
el espacio es insuficiente.
El triunfo no es lo nuestro

—Pon 2—,
arriesgamos por inercia.
El paisaje no es el que colmamos
de cuellos delirantes de salivas.

Este juego
no tiene sentido.

11/03/2009

boceto ilustración de tapa


desde las horas azules
como el cielo abierto
y tus manos girando a mi alrededor
de noches estiradas hasta el colmo
de salir huyendo de la luna

Luis Canteros (in memoriam)


Sabía volar, vaya que sí.
Y alto, altísimo, por sobre las nubes
Porque eran demasiado bellas
para sumergirme dentro,
mejor verlas desde abajo,
cada tanto
cuando solía aterrizar
y quedaba panza arriba al cielo.

Entonces ansiaba volver y traspasarlas,
planear, proyectar mi sombra en ellas,
descubrirlas y sobre todo creer
con una fe inquebrantable
que esa magia que me impulsaba
era producto de un amor tan inmenso
que dolía en cantidad proporcional.

Mucho, muchísimo, por sobre todos
los amores en los que me zambullí sin recaudos,
sin salvavidas, sin pensar
en la mínima posibilidad de ahogo.
No existía peligro alguno,
no había amenaza suficiente
ni bastantes alertas.

Yo amaba.
Como una hija de puta, zarpada,
descuartizando cada parte de mí,
desangrándome de tanto sentir y desear,
explotando en una pasión que me quemaba
como carbones de semillas de eucaliptos
con ansias que me sacudían de una pared a otra,
de una espera a la siguiente,
de la siguiente a otra
y de allí al perpetuo mar de las dudas.

Sabía amar, vaya que sí.
Desorbitada, eligiendo el riesgo,
a todo o nada, al punto de preferir el fraude,
la frustración, la desdicha,
la violenta mordida de un animal salvaje,
el ardor en la cara y los mocos deshechos,
a la nada.

Yo sabía,
pero claro, era más joven,
no me psicoanalizaba,
no me había convertido aún en el ser
egoísta y traficante que soy ahora.
Era otra la que tropezaba
siempre con piedras parecidas
hasta que las rodillas rotas,
los huesos huecos,
el corazón cansado, gastado dijeron basta.

Por eso ahora camino sobre la tierra
y las nubes siguen siendo algo bello para ver,
desde aquí, imagino caras y cuentos,
dibujos de acuarelas.
Porque de las nubes nace lluvia
y en mi cabeza quedaron huecos expandidos
por eso es que me cubro,
me aseguro,
y ya no vuelo.