11/15/2006

Esto lo escribi mañana y también ayer y capaz que todos están mirando y me dicen que ya fue, que lo saben, que es en vano. No me importa.

Mañana te reconoceré por eso -dije-.
Te reconoceré cuando vea en la calle
una mujer que escriba en las paredes: Ojos de perro azul.
Y ella, con una sonrisa
triste
-que era ya una sonrisa de entrega a lo imposible,
a lo inalcanzable-, dijo: Sin embargo no recordarás
nada durante el día. Y volvió a poner las manos sobre
el velador, con el semblante oscurecido por una niebla
amarga: eres el único hombre que, al despertar,
no recuerda nada de lo que ha soñado.

G.G. Márquez



Mirada amnésica, voz de glaciar
¿Será, acaso, ésta la última vez en que el agua de pimienta
horadará mejillas rescrebrajadas por el dolor ilegal y sosegado?
Nunca lo es.
No hay última vez, excepto la de la exalación final.

El recuerdo se hace leve.
Una puerta corrediza gime su óxido agrio,
gruñe una melodía que el oído no puede conceder.
¿Dónde, cuándo, de qué manera?
El canto del amor es imperceptible,
ya casi no se oye, ya no ejerce su oficio almibarado.

Sapos que revientan,
agonizan en el jardín de lo cabal.
Sapos que tenían un veneno que bebiste
y convirtió tu brillo en una sombra sin depilar.
Una sombra de entrecasa,
Una oscuridad donde el maquillaje son los ríos que se cuelan por las grietas de tu rostro,
hilachas salobres que chamuscan las capas de tu piel
y paralizan las frases que quedaron por jurar.

El nudo se aprieta con fuerza,
comprimiendo el centro del ahogo.
El nudo que apretaste, mientras yo hacía poncios pilatos en pañuelos de tissue, pidiéndole al deseo que obedezca, sea buenito.

Varios días en que la fiebre me hace soñar que nada de lo que pasó fue real, varios meses que deambulo en la parábola zigzagueante de la calma falsa, años que no me reconozco en el espejo y sólo veo chispas transitorias de lo que habría sido,
de haber sido.

Si la vida lo hubiese así querido.
Si el sentir no hubiera sido un ente digitado por manos que tenían hilos de baja calidad.
Hilos como los que te venden en el tren,
coloridos, pero ineficaces a la hora del zurcido.

Si la vida hubiese sido esa guapa maravilla a nuestro alcance.

Soy dos patas que caminan.
Buscan el árbol más frondoso y hospitalario.
El árbol donde poder descansar de mí y el lastre del recuerdo, la manía intransigente de buscar en fotos viejas, compulsión recurrente aterida entre mis dedos.
El árbol donde ojos no sean perros,
donde el azul no sea este blues destartalado
y los cuentos de hadas vuelvan a los libros,
no se metan en mis córneas,
no me inviten a creer que algún día volverán las oscuras golondrinas,
que algún día
voy a perdonarme el error de haber amado sin forros para el alma,
sin la premonición del futuro
de tu voz amnésica,
de tus ojos de glaciar.